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12 de octubre de 2011

Refugio.

Cuando lo inevitable se arrastra en el tiempo en busca de una mínima respuesta que otorgue el silencio de unas manecillas que nunca cesan de avanzar, cuando la agonía y el desespero surge de entre los cajones más recónditos del recuerdo, cuando las gotas de lluvia caen congeladas y agujerean todo a su paso, hasta los corazones más duros... Es cuando uno se refugia en lo que mejor sabe hacer. Ya no nos escondemos en el lamento, buscamos ansiadamente una salida que nos lleve directos a la solución, error necio de muchos.
Una palabra, un tecleo incesante puede calmar hasta el martilleo cerebral más horrible de todos. Los sueños, las miradas cabizbajas, el terrible infierno de estar en la mente ruidosa de uno mismo,el insomnio, todo se acumula, todo forma parte de un olvido inmediato a la hora de la escritura inconsciente. De todas formas, ya nada puede remediar que mi refugio es más parte de otros que de mí, es algo compartido que extrañamente nunca saldrá a su verdadera luz. Porque sólo la única persona dentro de esa mente que no calla nunca es capaz de descifrar lo más profundo y escondido de su interior.


10 de octubre de 2011

El niño que no podía despertar.

Había una vez, un pequeño niño, de corazón maltrecho, huérfano de madre, que se refugiaba entre las sombras de su habitación y sólo la abandonaba en la noche oscura. Paseaba bajo las farolas tintineantes, y las diminutas perlas de cristal que caían del cielo mojaban sus mejillas redondas y pálidas de niño enfermo.
Cierto día, durante uno de sus paseos nocturnos, aquel niño entró en un pasadizo, una callejuela tan angosta, que era imposible vislumbrar su final. Caminó y caminó, y extasiado por el largo camino, se detuvo a descansar. Pensó "¿Cuándo acabará este callejón? Estoy cansado de andar y el amanecer llegará pronto". A su lado había una pequeña fuente de agua cristalina y bebió un poco para recuperar el aliento. Era agua fresca y pura, que le resbalaba por el hoyuelo de la barbilla, se escapaba de sus dedos (como tantas otras cosas), pero resultaba reconfortante.
Prosiguió su camino, pasito a pasito, deteniéndose a descansar, y en cada una de las veces, bebió de las fuentes de agua pura que encontraba. Por fin, aunque todavía era de noche, vio una luz al final del callejón, y allí encontró a su madre, que iba ataviada con un largo vestido blanco.
- ¡Mamá! Pareces una novia, estás preciosa.
- Lo siento hijo mío, por abandonarte tan pronto... Veo que has vuelto a mi lado. Ahora mi corazón y mi alma están mezcladas en dicha y pesadumbre.
- Mamá, te he echado mucho de menos. Pero ahora papá está solo...
- Tranquilo, sabrá cuidarse. Vamos, nos esperan.



Y así fue, como el niño que dormía siempre y paseaba en sueños se reunió con su amada madre en un halo de luz blanca, salpicada de gotas de rocío, y desapareció para siempre.